martes, 26 de junio de 2012

Saetas afiladas

Los dardos que nos llegan desde el mundo clásico constituyen la más válida arma ante nuestra ignorancia y nuestro más que intencionado despiste intelectual. Y lo denomino "arma" porque nombrarlo de otra manera sería caer en el más puro eufemismo. Ya no nos valen otros términos. Lo que se nos avecina es una completa avalancha de destrucción, si no empezamos a pensar y a vivir de otra manera. Y he aquí cuando aparecen nuestras armas, sus dardos. Dardos de sabiduría, dardos de lucidez, dardos de raciocinio, dardos de entendimiento, dardos de reflexión, dardos de conocimiento, dardos de liberación. Dardos, en definitiva, lanzados desde toda la erudición de nuestros antepasados. Dardos los cuales podemos esquivar o  dejar que nos alcancen transmitiéndonos toda la sapiencia que llevan dentro. Aquí se expone una elección. Y yo tengo mi sentencia: benditas sean las áureas saetas de Ártemis y de todo el legado de Grecia. 

jueves, 14 de junio de 2012

No hagas de ti una deshonra.


"Nadie piensa en defenderse, nadie busca los medios para rechazar al enemigo, permanecemos acostados como si el ocio nos fuese permitido. Y yo, ¿a cuál general de otra ciudad espero para que haga esto? ¿A qué edad aguardo?" Jenofonte, Libro III, Anábasis.

Quizás se haya perdido la conciencia, quizás los valores no sean los mismos, quizás el honor (y no ya el colectivo, si no más intrínsecamente el personal) se haya desvanecido en el vacío, quizás las arengas no tengan tal fuerza, quizás simplemente los fallos continuados nos hayan llevado a la desorientación total, quizás nuestra avaricia haya destrozado nuestra dignidad, pero somos humanos y, como humanos, hemos de superarnos y no dejarnos avasallar por la desorientación general. Pensemos por nosotros mismos, instruyámonos aquellos que todavía no hayamos perdido la razón, aquellos que sanamente conservemos un poco de cordura. Y nutrámonos de nuestros antepasados, que lúcidamente nos clarifican mucho más que nuestros presentes. Éste es el momento. Aquí y ahora. ¿A qué aguardar?